"Hace 22 años comencé a trabajar en la red de Centros Cívicos, en la oficina de programación. Fue un destino precioso donde aprendí muchísimo. Aquellos equipamientos de proximidad eran una mezcla de espacios culturales, participación ciudadana y desarrollo comunitario que, a pesar de sus contradicciones y barreras, eran capaces de tejer ecosistemas dinámicos en los que vecinos y administración se relacionaban de una forma más natural y libre. La lógica de ventanilla y reglamento era sustituida por un marco de cooperación y co-producción de actividades o proyectos. Su carácter descentralizado operaba a su favor, no solo aproximando los servicios a los barrios, sino también habilitando espacios para imaginar y hacer cosas diferentes lejos de la apisonadora burocrática de los servicios centrales del Ayuntamiento: Hacienda, Urbanismo... y todos esos departamentos diseñados para devorar cualquier conato de utopía. 

Es cierto que hace 22 años los centros cívicos que yo conocí ya vivían cierta crisis de conexión con la ciudadanía. Tenían dificultades para sintonizar con los jóvenes, les costaba atraer a las clases creativas y, salvo algunas excepciones, cundía entre ellos el desánimo por la pérdida de relevancia y centralidad. Se habían convertido en contenedores de actividades y se enfocaban cada vez más al ocio y tiempo libre, con modelos tipo academia o centro formativo, que les permitían tener cierto flujo de públicos sin demasiadas ambiciones.

Esta tendencia se confirmó con el paso de los años. Lo dramático fue que no se trataba de un plan o un cambio de modelo deliberado. Sucedió más bien por inercia, por incapacidad, desidia, falta de recursos o, en ocasiones, por calculado desinterés. Poco a poco se fueron alejando de su misión fundacional perdiendo sentido y pertinencia. Aquel propósito radical de convertirlos en espacios de una ciudadanía plena, democracia deliberativa, cultura libre, pensamiento crítico, innovación social, creatividad descentralizada y comunidades cohesionadas, fue perdiendo vigencia y se diluyó, con más o menos intensidad, en función del nivel de compromiso y el buen hacer de unos equipos cada vez más mermados. 

Sigo creyendo en los Centros Cívicos, pero en aquellos que nunca terminaron de ser, no en los actuales. Creo en su potencial y creo que son más necesarios que nunca. La crisis de confianza, imaginación, recelo, suspicacia, individualismo y pérdida de interés en lo colectivo (y lo público) tiene muchas causas pero una de ellas tiene que ver con la oportunidad perdida de todos estos años. Lo que no hicimos bien.

Los espacios que debían ser epicentros de convivencia, debate, ideas y expresión, se han ido convirtiendo en no-lugares. Pero los vamos a recuperar juntos. 

Presentamos Proxy.LAB, una hoja de ruta para repensar los CC.CC. en el 25º aniversario de Fundación Kaleidos”.