
Banco de problemas (II): Calles para el encuentro
julio 30, 2025Manifiesto Barrio y Utopía, imaginación urbana contra el odio y el miedo
En Hexagonal estamos muy preocupados con las derivas que están experimentando algunas ciudades en los últimos años y, sobre todo, con la evolución que estos episodios de odio y de miedo pueden tener en el futuro si no los abordamos de una manera astuta, valiente y sistémica.
En este contexto queremos hacer un llamado abierto a vecinos, representantes locales, activistas, investigadoras, empleados públicos y, sociedad civil en general, a reivindicar una nueva forma de pensar, hacer y vivir la ciudad, que definimos como «Barrio y Utopía»
El manifiesto “Barrio y Utopía” es un alegato de las ciudades que rechazan el odio y el miedo con afecto e imaginación. Doce principios de innovación urbana para fortalecer lo común desde lo cercano y cotidiano (Barrio) y proyectar futuros deseables desde lo improbable y transformador (Utopía).
Una doble agenda para atender lo urgente (llegar a fin de mes) sin descuidar lo estructural (evitar el fin del mundo). Y de conciliar lo comunitario (aprender a vivir juntos) con la ética y la belleza (aprender juntos a vivir). Un esbozo de hoja de ruta para reimaginar las ciudades desde la alegría, el gozo, la diversidad y la propia vida.
Sin más pretensión que la de generar ecos para inspirar otras ciudades posibles, y de confrontar con ideas (y método) las venenosas narrativas del miedo y del odio, compartimos el manifiesto, e invitamos a todos y todas a sumarse, y a aplicarlo, como acto de resistencia activa, en sus entornos y organizaciones.
El silencio, o la mera indignación íntima, ya no basta. Frente a los intolerantes y los agoreros, debemos mancharnos las manos de Barrio y Utopía.
Barrio: Lo necesario, lo urgente, lo próximo y lo cotidiano
1.- Primero comunidad, luego seguridad
Una ciudad segura no se construye con más cámaras, sino con más vínculos. La seguridad no puede reducirse al control ni a la vigilancia. En los barrios donde la gente se conoce, se cuida y se respeta, el miedo pierde terreno. La comunidad es la mejor red inteligente de ojos en la calle, la infraestructura más eficaz de seguridad pasiva y preventiva. Esto implica innovación social, diseño de la pertenencia, espacios urbanos para el encuentro, promoción de las redes vecinales y el tejido asociativo.
2.- Cuidar a quienes sostienen
Cuidar no es solo un trabajo, es una infraestructura invisible que mantiene la vida en marcha. Las mujeres, las personas migrantes, los mayores, muchas veces en condiciones precarias, sostienen la ciudad día a día. Reconocer este esfuerzo implica redistribuir responsabilidades, garantizar derechos laborales, ofrecer servicios públicos accesibles y construir una ética del cuidado que atraviese todas las políticas urbanas.
3- Presencia, no ausencia
El abandono institucional alimenta la desconfianza y el resentimiento. Cuando las instituciones desaparecen del territorio, el espacio simbólico lo ocupan el rumor, la desinformación y, a menudo, el odio. Necesitamos políticas públicas basadas en la presencia activa: escuelas abiertas más allá del horario lectivo, mediadores interculturales en los barrios, oficinas itinerantes, servicios descentralizados. Donde hay relato compartido, no hay lugar para el bulo.
4- El espacio público no es un decorado
Los parques, las plazas, los mercados, las bibliotecas no son solo infraestructuras: son escenarios de ciudadanía. El diseño urbano no es neutro: puede fomentar la mezcla o reforzar la segregación. Una ciudad democrática diseña sus espacios para encontrarse, no para controlarse. Debe haber bancos donde sentarse, sombra para conversar, arte que invite a parar, y mediación para propiciar el uso libre y diverso del espacio común.
5.-La proximidad multiplica los vínculos
La proximidad no es solo una cuestión urbanística: es una infraestructura emocional y política. La ciudad próxima propone que lo esencial esté al alcance del cuerpo —escuelas, salud, comercio, cultura, cuidados—, pero también al alcance del vínculo. Porque la confianza no se decreta, se construye compartiendo tiempo en lugares comunes: en la cola del pan, en el parque, en el centro cívico, en el campo de fútbol del barrio.
6.- Participar no es opinar, es influir
La participación no puede reducirse a encuestas o buzones de sugerencias. Participar es tener agencia sobre el presente y el futuro. Implica deliberar, construir consensos, asumir responsabilidades. Los gobiernos abiertos, los presupuestos participativos, el diseño colaborativo de servicios públicos, las cooperativas de vivienda o las comunidades de energía son formas concretas de redistribuir poder.
Utopía: Lo improbable, lo deseado, lo soñado y lo transformador
7.- Imaginación política: derecho al futuro
En tiempos de cinismo, soñar es un acto radical. No hablamos de fantasías escapistas, sino de visiones compartidas que orientan el cambio. La imaginación política permite construir horizontes donde hoy solo hay obstáculos. Las ciudades deben generar espacios para ensayar el futuro: en las escuelas, en los teatros, en las bibliotecas o centros cívicos.
8- La ciudad como tablero de juego
La innovación no se decreta, se cultiva. La ciudad puede ser un laboratorio de posibilidades donde se prototipan nuevas formas de convivencia, movilidad, gobernanza o economía. Esto exige regulaciones flexibles, voluntad política y tolerancia al error. Pero sobre todo, voluntad de abrir juego a lo inesperado. Transformar una ciudad es también atreverse a jugar con sus reglas.
9- El conflicto no se rehúye, se aborda
Toda ciudad es complejidad y conflicto por naturaleza. Negarlo conduce al estancamiento o al estallido. La alternativa no es la paz fingida, sino el diseño de mecanismos deliberativos, espacios de escucha, protocolos de mediación. Aprender a gestionar la diferencia sin criminalizarla es clave para una democracia madura. Una ciudad inclusiva no es aquella evita los conflictos, sino la que aprende de ellos.
10.- Reivindicar la alegría como política pública
La política no debe limitarse a la gestión de la escasez y la imposición de límites. También tiene que ocuparse del deseo, de la belleza, del goce colectivo. Las fiestas populares, el arte público, las celebraciones comunes son dispositivos de cohesión que activan la pertenencia y disuelven el miedo. Frente a la política del resentimiento, proponemos la política de la alegría compartida.
11.- Pensar lo global desde lo común
La crisis climática, las migraciones forzadas, la robotización del trabajo son desafíos globales que se materializan en cada barrio. Una ciudad comprometida con el planeta no puede actuar sola, pero sí puede construir alianzas: redes de municipios por la justicia climática, sistemas de datos abiertos, federaciones del común. La ciudad es escala de acción, pero también punto de conexión.
12.- Transformar el miedo en vínculo
Frente al miedo al otro, a lo nuevo o al futuro, proponemos el afecto organizado. Una alianza entre instituciones, ciudadanía y cultura que no niegue el miedo, y que lo convierta en motor colectivo. Eso exige presencia, diálogo, pedagogía, cultura, espacios comunes y voluntad institucional. Frente al miedo, necesitamos barrios que abracen y utopías que convoquen.