¿Puede la colaboración ayudar a transformar la ciudad?
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Por Aurora González-Adalid, Zuloark
Cuando todas diseñan, las ciudades florecen, se cuidan, están más “ciudadanas”, y todas cabemos en ellas. Durante años, unos pocos expertos monopolizaron la legitimidad para diseñar la ciudad, creyendo que el resto no teníamos los saberes necesarios para aportar. Hoy sabemos que no es así. La participación ciudadana es fundamental para crear entornos urbanos más inclusivos, dinámicos y resilientes. Este texto explora cómo el urbanismo puede beneficiarse de enfoques colaborativos y transdisciplinarios, desafiando y desbordando los límites tradicionales del diseño urbano.
El planeamiento colaborativo desafía la exclusión, homogenización y rigidez de los modelos tradicionales de urbanismo en un ejercicio de superación de las fronteras físicas y conceptuales que implica reconocer y aprovechar la inteligencia colectiva y la producción distribuida. La mirada del principiante y la experimentación urbana permiten explorar nuevas formas de diseñar y vivir en la ciudad construyendo espacios de aprendizaje, reconocimiento y alianzas en un tejer continuo de complicidades para enfrentar lo desconocido.
Para empezar, una aclaración: innovador no se es, se está. Las innovadoras no son las personas, sino las preguntas que les mueven al hacer para dar respuesta a sus crisis y urgencias. La innovación es responder con una pregunta mejor. La innovación en el planeamiento surge a partir de objetivos comunes, abrazando la idea de que el «commons» no son solo recursos sino también problemas de los que hacerse cargo y deseos compartidos. Por tanto, es imprescindible una agenda común con objetivos múltiples, diversos y alcanzables en diferentes escalas y plazos. Cuando todas diseñan pasan muchas cosas a la vez, el proceso no sirve solamente para diseñar un elemento muy bien, sino para desapegarse de los prejuicios propios y en un ejercicio de confianza, abrirse a lo que trae el resto a la fiesta de la diversidad.
Para hacer esto el primer paso es sencillo: viajar con la mirada del principiante a nuestros propios barrios, descubrir a nuestra gente, entender nuestras costumbres y experimentar con los desafíos que nos propone nuestro entorno urbano más próximo. No se trata de importar a nuestro contexto soluciones locas y extravagantes que funcionaron en otro sitio, sino de combinar y adaptar y pensar las soluciones desde nuestras realidades locales.
Por ejemplo, en el proyecto de Madrid llamado “Almendro 3”, la entrada de la infancia en el equipo de diseño supuso un ejercicio de confianza mutua, rompiendo con los prejuicios de que solo pensarían en el corto plazo y en sus propios intereses sin considerar riesgos, responsabilidades o consecuencias de sus decisiones. Sin embargo, eligieron cuidadosamente plantas de un almacén municipal tras escuchar atentamente las explicaciones de las expertas que indicaban las condiciones concretas que necesitaba cada planta para subsistir. Valoraron la necesidad de poner columpios al uso o dejar el espacio más libre para poder jugar de forma menos estructurada que en el resto de parques de la ciudad y eligieron que fuera un espacio complementario en vez de una réplica de aquellos a los que solían demandar ir. Eso sí, a la hora de diseñar el banco central, quisieron que pareciera un elefante, y dejaron volar su imaginación, desbordando las capacidades de las personas adultas del proceso. Encontraron su hueco ejerciendo su agencia de forma responsable. El resultado es un espacio que utiliza la mezcla de necesidades, perspectivas y habilidades como herramienta conceptual y ha tenido que innovar en un sistema de gobernanza, mantenimiento, apertura y cierre que es un ejemplo para otros espacios autogestionados.
La mezcla en el urbanismo implica la integración de diferentes disciplinas, culturas y velocidades. Esto enriquece las ciudades, aportando innovación, resiliencia y cohesión social. Ejemplos como los múltiples cines de verano que florecen en cualquier ciudad, las comunidades energéticas, las ligas deportivas, las quedadas a bailar en el espacio público, los puntos de encuentro para aficiones concretas, demuestran que la redundancia y la repetición en las formas de hacer las cosas aportan riqueza urbana más allá de los servicios públicos. No hay una única manera correcta de hacer las cosas; la diversidad de enfoques y soluciones fortalece el tejido urbano.
Otro ejemplo particular de cómo la colaboración y la imaginación colectiva pueden transformar un entorno es la conformación de una comunidad que trabaja por su autosuficiencia energética, alimentaria, cultural y de ocio en los Montes de O Couso. Los montes españoles que pasaron a ser municipales con la democracia se han degradado y enfrentado a incendios, desuso y desequilibrios en el ecosistema. La recuperación de su gestión por parte de la comunidad, con saberes locales expertos y basados en la propia práctica, los revitaliza, protege y abre la posibilidad de futuros más prometedores. La mediación cultural es clave para alinear marcos de pensamiento muy distantes en tiempo y espacio. La gobernanza de una comunidad estable que gestiona un bien común es un proceso delicado, que tiene sus propios tiempos y que ha de diseñarse pensando en el largo plazo. Aunque el proceso es muy contextual, el protocolo para guiar este proceso de creación artística mediada creado en 1990 por el artista belga François Hers es altamente replicable.
Cada forma de estar en la ciudad cuenta. Todo lo que hacemos es susceptible de conectarse a un propósito común, hasta el hecho de almacenar unas maderas descartadas de los bancos viejos de forma ordenada y sin un objetivo claro, como hacía Herminio, un empleado público del Ayuntamiento de Madrid que acabó generando un procedimiento colaborativo interdepartamental y con entidades sociales, que permitió a la administración y a la ciudadanía aprender a relacionarse para un objetivo concreto: regularizar los huertos urbanos de la ciudad ayudándoles en el proceso de cumplir con ciertos requisitos de seguridad y calidad establecidos por el Ayuntamiento. El proceso fue promovido por Zuloark, que reutilizó esa madera para diseñar un pabellón y tras el evento, lo desmontó y transformó en mobiliario funcional, distribuyéndose por espacios públicos y comunitarios de Madrid, creando áreas de encuentro y uso común. El proyecto implementó un sistema de diseño abierto y reciclaje a gran escala, distribuyendo la madera a huertos urbanos.
Las ciudades necesitan agentes con esa capacidad de escucha, de estar presentes, de estar atentas a las oportunidades para conectarlas entre sí. La colaboración entre departamentos o entre agentes dentro y fuera de la administración es uno de los principales retos de nuestra gobernanza. Promover cambios pequeños y muy concretos, como propone la “Operación Herminio” permite practicar las habilidades necesarias para que cada agente implemente poco a poco el cambio en el sistema.
La mezcla, la colaboración y la innovación urbana se basan en activar la resiliencia implícita en las comunidades. El urbanismo del futuro debe encontrar un equilibrio entre las tecnologías duras y blandas, integrando la infraestructura física con la gestión y organización de la ciudad. Langdon Winner, en su libro «The Whale and the Reactor», explora cómo los artefactos tecnológicos tienen implicaciones políticas y sociales. Esto significa que las decisiones sobre infraestructura y tecnología deben considerar no solo su funcionalidad, sino también su impacto en la comunidad y el entorno. Donna Haraway, por su parte, cuestiona nuestra esclavitud al progreso y la modernización. Ella nos invita a imaginar otras versiones del progreso, basadas en la conexión profunda con el presente y la respons(h)abilidad colectiva, es decir “desarrollar nuevas habilidades para responder colectivamente a las urgencias, alejándose de enfoques individualistas y tecnocráticos”.
Las comunidades pueden reconfigurar sus entornos urbanos para ser más resilientes y sostenibles. La crisis del conocimiento experto nos abre a las colaboraciones experimentales y la ciencia ciudadana demuestra que no solo los expertos tienen las respuestas. La práctica de compartir conocimientos, aprender de los errores y transferir conocimiento entre proyectos es fundamental. La legitimidad de todos para diseñar la ciudad es un concepto clave y es crucial adoptar una actitud de humildad y reconocer que la innovación surge de la colaboración y la diversidad de perspectivas.
Cuando todas diseñan, las ciudades se vuelven más inclusivas, dinámicas y resilientes. Es crucial desafiar y desbordar los modelos tradicionales, promoviendo la mezcla y la colaboración como herramientas para la innovación urbana. La construcción de espacios de aprendizaje y la conexión de diversos saberes son esenciales para enfrentar los desafíos del presente y construir un futuro más sostenible y equitativo.
Referencias:
Steven Johnson – «The Connected Lives of Ants, Brains, Cities, and Software» (2004)
Donna Haraway – «Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene» (2016)
Langdon Winner – «The Whale and the Reactor: A Search for Limits in an Age of High Technology» (1986)
François Hers – Protocolo de creación artística mediada (1990)
Elinor Ostrom – Ejemplos de gestión de bosques comunales, cooperativas de regantes, explotación de arrozales (1990)
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Ciudades Hexagonales es un programa impulsado por CIDEU, diseñado y coordinado por Hexagonal LAB, financiado por la Unión Europea, con el apoyo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y el Ayuntamiento de Barcelona.